Aquella fue una noche mágica, una noche especial. De esas en las que la sensibilidad a flor de piel hace que la conexión entre personas fluya de manera fácil con la palabra como el conductor que va uniendo las almas y los pensamientos.
En el breve espacio de un pequeño bar, en el que sí estuvimos, que para colmo se llamaba “Oh Alá”, la cubanidad transterrada se amalgamó con la mexicanidad y lo que vino después fue una especie de ritual en el que proclamar “El Sermón de la Montaña, un sueño imposible por las barrancas de la vida”, sucedió como algo natural, algo predestinado que tenía que pasar en aquel rincón del Barrio de San Lucas, Coyoacán.
El diluvio que caía sobre la ciudad esa noche de miércoles 7 de junio, fue el marco perfecto para que el lugar se convirtiera en el refugio para todos los que hasta ahí lograban llegar eludiendo torrentes y lagunas improvisadas sobre el asfalto. Y desde el pequeño escenario, dos mujeres se propusieron más que predicar, explicar y compartir el sermón que la escritora cubano-mexicana, Gabriela Guerra Rey, logró escribir a partir de las revelaciones y vivencias que fue encontrando en sus carreras y en su ascenso por las montañas de México y de otras alturas del mundo.
Junto a Gabriela, la sacerdotisa, estaba yo como su presentadora y también como su acólita. Una seglar que estaba lista para ayudar desde aquel altar-escenario a que fluyera la palabra vivida, la reflexión y la esperanza vertida en las páginas de aquel libro que por esa noche se convirtió en un texto casi sagrado que nos conectó a las dos y que logró también conectar con todo el público de amigos escritores, periodistas, jóvenes y no tan jóvenes, que se dejaron seducir por la palabra precisa y la sonrisa constante de Gabriela.
Lo que vino después fueron ríos de palabras, ideas, frases y preguntas que brotaban a borbotones en aquel breve espacio para escuchar cómo fue que Gabriela dejó atrás La Habana y vino a México en busca de lo que, aún no sabía, era la pasión de su vida. Cómo llegó primero como corresponsal de prensa y descubrió un país que la acogió pero que no logró ser suyo sino hasta años después, cuando la nostalgia de una cubana transterrada, que dejó atrás su isla y su mar, pudo descubrir que en México también había otros mares en forma de montañas que la llamarían a subir y a reencontrarse entre sus bosques y senderos.
Todo el proceso y el dolor que Gabriela Guerra Rey vivió para pasar de ser una transterrada más, con el dolor de una madre enferma en La Habana y con todo un pasado que la limitaba y la asfixiaba, dio paso a una decisión de vida: primero convertirse en escritora y luego ,cuando la tristeza de la ausencia de su isla se normalizó y la dejó apreciar al país que la había acogido, descubrir a México y sus montañas y a través del contacto con la naturaleza, volverse también mexicana sin dejar de ser cubana. Y en ese tránsito dejar atrás los malos hábitos y el sedentarismo para volverse una corredora primero de asfalto y maratones y luego de montaña.
Cómo pudo lograrlo y reencontrarse a sí misma, ese es el valor de su libro “El Sermón de la Montaña”, que Gabriela nos cuenta, como lo dijo esa noche mágica, que sí se puede cambiar, que nadie necesita ser un atleta consumado para encontrar en la carrera o en la montaña una fuerza vital que nos impulse a ser mejores, “todos los seres humanos nacemos y vivimos en nuestra propia cárcel, pero depende de nosotros ir ensanchando los barrotes para ir ganando espacio y libertad”.
Por eso, queridos lectores, si ustedes quieren experimentar lo que vivimos todos los que estuvimos en ese breve espacio, en esa noche mojada de miércoles; si quieren conectarse con Gabriela y su experiencia y a través de ella quizás también conectarse con ustedes mismos, con sus sueños y deseos de mejorar o de cambiar su vida, solo tienen que abrir las páginas de su libro y dejarse llevar por “El Sermón de la Montaña, un sueño imposible por las barrancas de la vida”, de Aquitania, una editorial independiente fundada por tres mujeres que soñaron con abrir un espacio para dar rienda suelta al talento de todo aquel que tenga algo interesante que decir.
POR ROSSANA AYALA
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