Cuando el presidente citó a Franklin Delano Roosvelt como “el mejor presidente en la historia de Estados Unidos”, invocaba al político que aplicó el modelo keynesiano para crear el Estado de Bienestar, reconfigurar la economía devastada por la Gran Depresión y golpear con la intervención estatal al liberalismo ultraortodoxo norteamericano; pero si su invocación iba encaminada a autoerigirse como el “Roosvelt mexicano” en estos tiempos de crisis, incertidumbre y recesión nacional y mundial por el coronavirus, a López Obrador le quedó muy chico su mensaje de ayer para estar a la altura del líder que hoy no están viendo en él la mayoría de los mexicanos.
Si cuando se declaró, el pasado 30 de marzo, la “emergencia nacional” por la pandemia de Covid-19, la ausencia del presidente en la emisión de ese mensaje sorprendió y significó la primera oportunidad perdida para rectificar su actuación errática y sus comentarios lamentables y colocarse por fin al frente de la crisis sanitaria y social que ha comenzado en el país, ayer domingo, con la expectación de millones de mexicanos que esperaban su mensaje con las ganas de mantener viva la esperanza y sentir que había un capitán dispuesto a todo, incluso a cambiar el rumbo con un golpe de timón para evitar que el barco naufrague en la tormenta, Andrés Manuel perdió una segunda y, tal vez, última oportunidad de hablarle a todos los mexicanos, sin distingos, sin filias ni fobias políticas, para que todos lo vieran como el timonel que nos puede sacar a flote en medio de este maremágnum en el que estamos inmersos.
Del mismo tamaño del que se veía su imagen solitaria en el Patio vacío del Palacio Nacional, así de minúsculo y decepcionante resultó el discurso pomposamente llamado “Informe Trimestral de Gobierno”. Cifras y más cifras, programas y apoyos sociales para describir a un país que en la retórica presidencial “va muy bien” y no tiene miedo ni temor alguno. Para repetir que, lo que todo el mundo ya reconoce como “la mayor crisis de la economía mundial en la historia”, aquí sólo será una “crisis transitoria” de la que nos levantaremos muy rápido; y para reconocer, sólo de refilón, que sí estamos ante una crisis y un problema grave de salud, pero decirnos que “estamos preparados”, que tenemos menos muertos y contagiados que otros países y que el Ejército –que ahora hace de todo menos lo que le manda la Constitución— nos va a salvar.
López Obrador perdió ayer, con su mensaje, el apoyo de un sector cuyo voto fue clave para que él ganara el poder: la clase media mexicana, a la que le negó cualquier tipo de apoyo fiscal o de estímulo y ayuda a empresas pequeñas y medianas que generan más del 75% del empleo nacional y a las que les volvió a repetir que su gobierno no aplicará recetas neoliberales del pasado. En cambio, decidió apostar todo su resto, apenas en el segundo año de gobierno, por su base social histórica, su clientela política más fiel, a la que dijo “no vamos a abandonar a nadie” y ofrecerles que para ellos si habrá apoyos y créditos, que el gobierno creará 2 millones de empleos.
Esos apoyos a micro empresas, que son generadoras de empleo y a las que va ayudar al presidente con sus créditos, son en su mayoría, más del 50% changarros que están en la economía informal, lo que nos llevaría a un “changarrización” de la economía del país, muy al estilo de la “economía social” que pregonan los teóricos e idelogos de la 4T, pero significará la muerte de muchos otros negocios formales y de empresas pequeñas también pero que no alcanzarán los apoyos gubernamentales. A eso se refería el presidente con su polémica frase de que la terrible crisis de salud y económica “nos vino como anillo el dedo”: a que su administración ha decidido, en medio del diluvio global que se avecina, aplicar una especie de “darwinismo económico”, en el que sobrevivan los que puedan y los que él decida ayudar porque de esa manera se podrá reconfigurar el escenario económico y empresarial del país, acorde con la idea de la “Cuarta Transformación” que él pregona, en donde los empresarios que sí lo apoyan y su nueva base empresarial social, serían parte del cambio de estructuras financieras y económicas al que su proyecto le apuesta.
Por eso, en su idea equivocada de “apoyos fiscales, prórrogas y ayudas a empresas es igual a Fobaproa”, no hubo nada en su discurso para el apanicado sector turístico, que es el que tiene un mayor impacto, y nada tampoco para la aviación nacional que será la más golpeadas. Eso sería “neoliberal” y es cosa del pasado. López Obrador está más preocupado en salvar su proyecto político –con todo y sus obras faraónicas y su obsesivo rescate a un agonizante Pemex— que en salvar al país, a su economía y a los empleos de la mayoría de la población.
Al final, la paradoja terminará siendo que, quien tanto critica y detesta a los neoliberales por ortodoxos, ahora con su 4T caminando incluso por encima de los muertos, ya sean humanos o económicos, está demostrando ser mucho más ultraortodoxo al decidir no mover ni un ápice sus prioridades. Es López Obrador salvando sólo a sus más fieles, mientras al resto de los mexicanos, que son mayoría, les grita desde arriba, en un arca por cierto construida con el dinero de todos: “Sálvense solos y háganle como puedan”.