Hay muchas formas de reivindicar y ejercer la libertad. La libertad de un pueblo o de un país, la libertad de un grupo, comunidad o minoría, la libertad de creer en algo, la libertad de pensar y de expresarse, pero la libertad individual tiene una expresión básica y vital para el ser humano: la libertad de movimiento.
Por eso correr, caminar, y en general, ponerse en movimiento nos provoca esa sensación de libertad como un derecho básico, de poder desplazarnos, movernos, transitar por donde nosotros queramos. Gracias a esa libertad el ser humano logró establecerse y crear sociedades, primero nómadas y en constante movimiento, luego migraciones en grupos para encontrar los mejores lugares para establecerse y crear los primeros asentamientos humanos.
Es tan básica e imprescindible la libertad de movimiento para un ser humano, que cuando se le quiere imponer el peor castigo se le encadena y se le inmoviliza, como a los esclavos, o se le apresa y se le encierra en una pequeña celda, como se castiga todavía en la actualidad a los que cometen alguna falta o delito.
Todos sufrimos un poco esa falta de libertad de movimiento cuando estuvimos en confinamiento, debido al COVID-19. La historia que hoy quiero contarles se refiere precisamente eso. Es la historia de Juan Miguel Esteban narrada por él mismo al periódico El País e impulsada por el atleta español Martín Fiz.
Juan Miguel Esteban estuvo encerrado siete años en la prisión de Aranjuez, en Madrid. Ahí comenzó a correr y encontró en el atletismo una forma de escape que lo ayudó a salir de la prisión y se convirtió en un campeón.
Antes de eso, Esteban vivía como entrenador personal en gimnasios y puso una empresa de seguridad. Un día, uno de sus empleados no pudo presentarse a trabajar a un evento, y Juan Miguel lo suplió con un hombre sin documentos. El hombre tenía que cuidar una pista de hielo, pero la tarde se complicó. Durante una discusión con unos jóvenes que intentaban entrar sin pagar, el empleado rumano murió tras recibir varias puñaladas.
Juan Miguel fue condenado a 14 años por contratar a personal sin documentos, pena que se redujo a 11 años tras algunos recursos. Un día Juan Miguel recibió la visita de su primo Carlos. Él y otro de sus primos, hacían atletismo y triatlón, y le contaron a Juan todo lo que les ayudaba el ejercicio. Le propusieron algo descabellado: ¿Por qué no empezar a correr en su encierro?
El patio de la prisión contaba con una pista de futbol de unos 120 metros y ahí comenzó a correr todos los días, con frío, lluvia, calor y siendo blanco de las burlas de sus compañeros que le llamaban el “loco del patio”.
Fue avanzando en sus entrenamientos y comenzó a competir en carreras entre prisiones y todas las ganaba.“En su segundo permiso de prisión corrió el maratón de Madrid. En la Feria del Corredor, donde fue a recoger el número para la carrera, se topó con el stand de Running Fiz, la marca del atleta español Martín Fiz. Juan Miguel se acercó a él y le contó su historia. Martín Fiz, con peso en la revista Corredor, a la que Juan Miguel había enviado sus cartas, prometió ayudarlo”.
Unas semanas después de que Juan Miguel corriera su primer maratón en 2016, su madre le llamó por teléfono a la prisión para darle una noticia. Álex Calabuig, director de la revista Corredor, y Martín Fiz le querían hacer un reportaje. Después de unas semanas, el reportaje fue publicado y gracias a ello, la Dirección General de Instituciones Penitenciarias revisó su caso y en ese mismo año, Juan Miguel salió de la cárcel.
“Su historia fue reconocida como la mejor historia de superación en los últimos 15 años por la revista Runner’s world. Y en 2019 fue campeón del Triatlón Madrid Banco Santander, del Campeonato de España”.
Hoy este madrileño de 45 años, que conocí gracias a la historia contada por Martín Fiz, no sólo corre, nada, y compite en bicicleta, también es director deportivo en dos colegios, impulsa a guías de corredores invidentes, a carreras de apoyo para gente con capacidades diferentes y a enfermos de cáncer.
Esta historia nos enseña que también se corre para mantener la libertad, más allá de las paredes y barrotes de una prisión, ya sea real, física o mental. Y para muestra: Si tú le preguntas a cualquier corredor “¿por qué corres?” seguro entre sus respuestas te vas a encontrar con que: “corro, porque me hace sentir libre”.
POR ROSSANA AYALA
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