Correr es una experiencia que agudiza los sentidos. Cuanto más se corre y más se entrena más confianza se adquiere con el cuerpo, y se llega a sentir y a percibir cada parte como si estuviera separada del resto.
Empiezas hacerte consciente, primero de la respiración, de los latidos del corazón, de la pisada, del movimiento de brazos y piernas, de la mirada, hasta el punto en que llegas a conocer perfectamente tu propio cuerpo.
Dicen que el verdadero corredor no es el que más corre o el más veloz, sino el que sabe permanecer siempre alerta con todos sus sentidos a todo lo que pasa dentro y fuera de su cuerpo. Es prestar atención a todas las señales que el cuerpo nos envía, primero por seguridad porque los kilómetros no perdonan y el cansancio y la deshidratación pueden cobrar facturas tan altas como la vida.
Y es también observar, lo mismo que majestuosos paisajes, escuchar ríos que no se ven, sentir las nubes a la altura de los pies o incluso activar la percepción de cualquier peligro, cuando se corre en una zona urbana de tráfico en donde pudiera haber amenazas para la seguridad de corredor.
¿Cuántos corredores inexpertos, y hasta profesionales, que tercos con la idea de cruzar una meta y lograr un gran hazaña, han pagado con su salud el hecho de no haber planeado, ni escuchado las señales de alerta que el cuerpo les enviaba? Cuando uno se arriesga a pruebas que están más allá de las propias posibilidades es el cuerpo el que determina hasta dónde puede llegar.
Saber escucharlo es vital. Es indispensable siempre tener una idea clara o un plan de alimentación e hidratación para enfrentar cualquier prueba.
Cada corredor es distinto y la única manera de saber los límites y necesidades del cuerpo es probando y corrigiendo con el entrenamiento.
Por lo tanto, la carrera es también la reconquista del cuerpo y puede aspirar también a conquistar el alma si se logran conectar los cinco elementos clave: movimiento, atención al cuerpo, respiración, concentración y relajación.
Muchos corredores que suelen ejercitarse en lugares abiertos dicen experimentar un estado de meditación en movimiento y que al abandonarse al ritmo de las propias zancadas, el mundo ya no es un espacio que haya que explorar sólo con los ojos, porque en ese punto de la carrera el oído y el tacto se hacen tan importantes como la vista. Aumenta entones en el corredor la capacidad para observar, admirar, olfatear, oler, sentir frío, calor y hasta sobrevivir.
La paz que se puede alcanzar, tras este estado de meditación en movimiento es el motor que impulsa y motiva a muchos corredores.
Cada día, salir a correr es diferente y cada día hay una nueva experiencia donde lo único que siempre se mantiene es la satisfacción y un sentimiento de felicidad y bienestar que alcanza al cuerpo, pero también al alma.
ROSSANA AYALA
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