La confirmación oficial del Pentágono, que ratificó el envío del barco Destructor USS Gravely de la Marina estadunidense a navegar por las aguas del Golfo de México, con sus misiles equipados y listos para ser accionados y con “la misión de intercepción de drogas y otras cosas que se dirijan” a Estados Unidos, parece ser el inicio de una escalada del gobierno de Donald Trump para aumentar la presión sobre la administración de Claudia Sheinbaum, sobre la decisión de sumarse o no al posible despliegue armado del Ejército y la Marina estadounidenses que se está contemplando para combatir a los cárteles de la droga mexicanos.
Y es que el mismo fin de semana en que se filtra a la prensa estadounidense que Trump había elogiado a la presidenta de México en su última conversación telefónica del 27 de febrero, donde el magnate le habría dicho a la doctora: “Eres dura”, apenas horas antes el Comando del Norte había anunciado que el Destructor USS Gravely zarpó de la Estación de Armas Navales de Yorktown, Virginia, para operar en aguas estadounidenses e internacionales en apoyo al programa de Defensa de la Frontera Sur.
Si ya en esos dos hechos volvía a quedar clara la estrategia histórica de los gobiernos estadounidenses hacia México, donde junto a la zanahoria viene acompañando el garrote, ayer lunes el comunicado del Pentágono estadounidense confirmando que el barco enviado, que es un Destructor equipado con misiles Tomahawk y que recientemente fue usado para combatir a los rebeldes hutíes en el Mar Rojo e inhibir sus ataques con misiles, navegará en las aguas internacionales del Golfo de México, pudiendo llegar hasta la frontera marítima de México para la “intercepción de drogas” y migrantes (a los que se refieren en su comunicado como “otras cosas que se dirijan a los Estados Unidos”) provenientes de México y de otros países latinoamericanos.
En la historia de la relación moderna entre México y Estados Unidos, la que empezó con el México Independiente y las entonces 13 colonias inglesas, y que cumplió 200 años de existencia el pasado 12 de diciembre de 2022, sólo en dos ocasiones los barcos de guerra estadounidense han traspasado el límite de las fronteras marítimas entre los dos países y en ambos casos lo hicieron con la intención de invadir el territorio mexicano.
La primera fue en 1847, cuando el general Winfield Scott desembarcó en las aguas del Puerto de Veracruz para iniciar la invasión militar de México con la intención de anexar su territorio al de los Estados Unidos; y la segunda en 1914 cuando en abril de ese año buques de guerra con la bandera de las barras y las estrellas invadieron el mismo Veracruz que fue bombardeado y casi ni ofreció resistencia ante los ataques encabezados por el almirante Frank Fletcher con la intención de apoderarse del petróleo mexicano.
Hoy el Destructor Gravely equipado con armas y misiles navega hacia las aguas del sur del Golfo y aunque hasta ahora no se habla de intenciones de cruzar el territorio marítimo de México, la sola presencia de un barco con armas tan poderosas en las aguas internacionales cercanas al mar mexicano, es toda una amenaza o mensaje para el país y sus autoridades federales.
Y es que apenas el viernes pasado el embajador designado por Trump para mandarlo a México, Ronald Johnson, dijo ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado que no descartaba la posibilidad de ataques militares de Estados Unidos en territorio mexicano.
“Pienso que cualquier decisión de tomar acción contra un cártel en México, nuestro primer deseo sería que se haga en colaboración con nuestros socios mexicanos… Dicho eso, sé que el presidente Trump toma muy en serio su responsabilidad de proteger las vidas de ciudadanos estadounidenses y si se presenta un caso donde las vidas de ciudadanos estadounidenses estén en riego, creo que todas las cartas están sobre la mesa. No puedo responder en torno a qué pueda decidir el comandante en jefe basado en la información con que cuente”, declaró el inminente embajador de Estados Unidos en México ante los senadores de su país.
Por eso la presencia de un barco antimisiles de la Marina estadounidense, con la capacidad de lanzar misiles dirigidos de larga distancia, no parece ni es una misión cotidiana ni común en la relación bilateral entre México y Estados Unidos. Parece más una maniobra de presión política y diplomática hacia el gobierno de la doctora Claudia Sheinbaum, para que se termine de decidir si va a colaborar estrechamente con las fuerzas estadounidenses en la intención de “desatar el infierno” contra los cárteles de droga mexicanos, especialmente contra los que trafican fentanilo entre las fronteras de los dos países. “Ya basta”, tal y como dijo el pasado 21 de febrero Mike Waltz, asesor de Seguridad Nacional del presidente Trump.
Los esfuerzos de la presidenta, aunque no se atreve a decirlo en el discurso y sigue defendiendo a su antecesor López Obrador, en los hechos ha tomado ya varias decisiones que se alejan de la antigua política de “abrazos, no balazos” y que apunta a aumentar la cooperación en busca de un entendimiento con Trump. La primera acción fue reconocer, en los comunicados oficiales y por su secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, que sí había laboratorios de fentanilo en México, al anunciar el desmantelamiento de cientos de ellos, cuando AMLO siempre negó que esos laboratorios existieran. Y la segunda acción con la que Sheinbaum se desmarca de las políticas de su jefe político, es haberle entregado a Washington a 29 capos del narcotráfico, entre ellos los más codiciados y exigidos por la Casa Blanca y que Andrés Manuel nunca quiso entregar: Rafael Caro Quintero y Miguel Ángel Treviño, el sanguinario Z-40.
En los hechos la doctora se ha empezado a separar del pasado en materia de seguridad, pero en la realidad el que la presidenta no pueda o no quiera declararlo públicamente es el más claro indicio de que, ante las presiones estadounidenses que acaban de escalar al nivel de un barco antimisiles en las aguas del Golfo de México, la gobernante mexicana no ha tomado la decisión de romper los pactos de protección y empoderamiento a los capos y cárteles mexicanos que le heredó su antecesor.
El garrote trumpista cada vez es más grande y amenazante contra México, mientras las zanahorias para el gobierno mexicano son cada vez más pequeñas, con el claro mensaje de que si no se decide a participar y a sumarse, el país tendrá que enfrentar los ataques militares contra los narcos y sus instalaciones en el territorio mexicano. La decisión de la primera mujer presidenta definirá el futuro de la República… Los dados mandaron Serpiente Doble. Se vienen meses turbulentos.