Si como dice el gran José Alfredo, nuestra vida “comienza siempre llorando”, para un corredor su vida empieza al correr sus primeros cinco kilómetros. Ahí inicia un viaje que no termina al cruzar una meta; puede después correr los 10, 21, 42 o más kilómetros y aprende, a fuerza de zanca- das, que todo es posible y que mientras le quede fuerza en las piernas, llegará hasta donde el corazón lo lleve.
Y si la vida en general no es fácil, tampoco la vida del corredor lo es. Cuando iniciamos, ponemos mil excusas para no salir a correr: el frío, la pereza, la falta de motivación. Es difícil a veces encontrar una razón de peso para entrenar, pero cuando descubrimos lo bien que se siente terminar un entrenamiento, empezamos a disfrutar la in- creíble sensación de la “misión cumplida”.
Después descubrimos que no hay mejor manera para motivarnos que inscribirnos en una carrera, y nos apuntamos a todas las que humanamente podamos correr. Si ya hicimos los 5 y los 10 km, nos pasamos a 21 y luego, sólo los más locos o los más valientes, según se quiera ver, se atreven a ir por el gran reto del maratón, los 42 km. Hacer estas carreras nos motiva a levantarnos de la cama y correr en esos días y meses en los que no sólo entrenas el cuerpo, sino también entrenas tu fuerza de voluntad.
Algunos buscan planes de entrenamiento y alimentación en internet, otros se acercan a los más experimentados y otros más se suscriben a revistas especializadas o leen libros para aprender y mejorar su técnica. Todo es útil, pero en el fondo sabemos que la gran enseñanza que nos deja correr todos los días es que aprendemos a no rendirnos fácilmente, que el esfuerzo es duro, pero al final, la recompensa es grande y que cuando las cosas no salen como uno quiere, sabemos que tendremos la fuerza y la paciencia para superar cualquier dificultad, porque estamos acostumbramos a exigir a nuestro cuerpo a que hagan un trabajo extra, y a la mente a ignorar el dolor.
También nos damos cuenta que esta afición por correr pone a prueba nuestro corazón en más de un sentido. Cuando participamos en carreras con alguna causa solidaria, ya sea la lucha contra el cáncer, la carrera de la Cruz Roja, en fin, hay muchas, el corazón y la satisfacción se engrandecen porque con las inscripciones se recaudan fondos para estas causas; dedicamos, además, algunos kilómetros a quienes tal vez no pueden hacerlos, y sobre todo nos per- mite ver el mundo más allá de nuestras narices.
Así que, volviendo al gran José Alfredo, cuando ya estamos en la pista de las carreras o de la vida, siempre hay que mantenernos rodando y rodando y recordar también que no siempre “hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.