Cuando corremos, lo hacemos a nuestro propio ritmo. Sin percatarnos, el movimiento de piernas y brazos, acompasadamente con nuestra pisada y trote, generan un ritmo cadencioso y repetido que, al conectarse con los latidos del corazón y con nuestra respiración, generan lo que, puesto en notas y compases musicales, sería la canción del corredor, nuestra propia canción.
En el pueblo de los Himba, Namibia, creen que cada alma tiene una canción, sólo hay que esperar a que emerja. Saben a qué suena cada alma y cuando una mujer de la tribu decide ser madre, medita hasta que la canción del futuro bebé le es revelada. Porque para ellos cada persona tiene una vibración que expresa particularidad y un propósito único y cuando un bebé nace, toda la comunidad sabe cuál es su canción y cantan para él; este canto lo acompañará toda la vida, en sus triunfos y errores, en el gozo y la desventura. Cantan para recordarle quién es y reconectarlo con su naturaleza, pues ellos creen que somos naturalmente buenos y llegamos a esta vida buscando el amor y la felicidad.
Y aunque los Himba se refieren a un concepto más amplio y profundo, tal vez en el acto de correr, con toda la interiorización que significa, encontramos algo de ese ritmo y de esa canción original con la que nacemos y que nos acompaña de por vida. Porque si observamos en silencio, en cada corredor hay una secuencia rítmica y constante que lo conecta con su interior. En cada zancada, en cada brazada y al golpear la superficie por la que corremos, generamos un sonido que quizás, como nuestro corazón y nuestra respiración, emule a los ritmos y compases de la naturaleza.
En cualquier ser que se mueve y corre, ya sea para ejercitarse, jugar o sobrevivir, es perfectamente perceptible ese ritmo y la gracia con la que se genera cada movimiento. Lo mismo una gacela, que trota en la sabana o que huye de un predador, que de un niño que juega en el parque a las carreritas por pura diversión o hasta en un humano que, a un ritmo frenético huye de una situación de peligro. Todo movimiento es un ritmo constante, repetido, musical y sonoro.
No es casual que cuando vemos correr a uno de esos atletas africanos que van por el mundo ganando maratones, nos parezca verlos casi flotar, deslizarse graciosamente por el pavimento como si en vez del enorme esfuerzo de correr, fueran bailando una danza mágica. Y ya sea su genética, su físico, el ambiente en el que crecen o simple y sencillamente por ser la raza del continente que dio origen a la vida en todo el planeta, siempre nos maravillarán los Kipchoge en Berlín, los Bo Farah en Chicago o los Titus Ekiru rompiendo récords en la gran altura de nuestra CDMX.
Y tal vez no seamos tan graciosos ni tan cadenciosos como los africanos, pero cada uno de nosotros también tiene su ritmo y su canción. Y al correr, como al vivir, hacemos música en cada movimiento y cada acción, que puede ser cadenciosa y agradable o también estridente y ruidosa. De nosotros depende.