No a todo al mundo le gusta correr. Hay quienes prueban correr y lo dejan, hay otros que los únicos maratones que conocen en su vida son los maratones de las series de Netflix, que devoran tumbados en un sofá, pero quien sí corre y gusta de practicar habitualmente este deporte, sabe que existe un punto, un límite, que cuando lo cruzas ya no hay vuelta atrás: es la línea que divide el correr por obligación, por salud o por necesidad, del placer por correr.
Es cuando empiezas a sentir y experimentar emociones que disfrutas y otras que sufres, todo ocurre dentro y entonces, sin darte cuenta, te conviertes en corredor, así corras un par dekilómetros o 100.
Desde el punto de vista científico siempre que se habla de correr y de emociones, se habla de endorfinas. Éstas son neurotransmisoras, es decir, sustancias bioquímicas producidas por el cerebro que transmiten información entre las neuronas.
Las endorfinas tienen propiedades analgésicas y excitantes, incrementan el estímulo del sueño, la sed y el hambre, también son capaces de regular el humor. Las endorfinas se activan en situaciones de estrés, ayudan al organismo a soportar mejor el cansancio, dan un extra de buen humor, satisfacción y felicidad al individuo.
No todos los científicos están de acuerdo con la relación endorfina-felicidad, pero muchos corredores hablan de sensaciones fuera del contexto racional. Geraldino Silva, maratonista portugués, que ha recorrido el mundo, me contó de su experiencia al correr el Maratón de Roma: “yo no soy muy creyente –dijo–, pero en un tramo del maratón entré como en una especie de trance, sentí cómo mi alma se desprendía de mi cuerpo y podía verme a mí mismo desde las alturas. La experiencia fue hermosa y espiritual; después, al revisar la ruta, descubrí que eso me sucedió justo al pasar frente al Vaticano”.
La intensidad de las emociones que viven muchos corredores, profesionales o no, son tan profundas que muchos de ellos las comparan con el amor y la pasión. Es tal el grado de dependencia emocional que produce la carrera, que no pueden pasar un día sin correr, no importa el clima o una lesión, porque correr les mejora la vida, aunque también pasan por periodos de crisis y alejamiento, pero siempre mantienen viva la pasión por correr. Nada como el amor por algo o por alguien puede transformar tanto a una persona. Y cuando se corre con y por amor, podemos rayar en la locura y hasta la adicción.
Ya sea por efecto de las endorfinas o sólo por el instinto humano de repetir aquello que le produce sensaciones agradables, correr amplía la capacidad de sentir, tanto en lo físico como en lo emocional. Conduce a una plenitud, se goza, se sufre y llega a hacerse tan necesario e indispensable en la vida de muchos, como el amor o tan adictivo y dependiente como una droga. Y tú, ¿amas correr?
@AYALAROSS1