Lo que más llamó la atención de todos los mexicanos en la sorpresiva captura de sábado de gloria fue esa sonrisa burlona y cínica de Javier Duarte. En el momento en que el grupo de agentes de la Agencia de Investigación Criminal de la PGR lo detuvieron y lo esposaron para sacarlo del hotel donde tenía ya varios días alojado en la rivera del lago Atitlán, en Panajachel, el ex gobernador de Veracruz que justo cumplía ese día 6 meses prófugo de la justicia mexicana, se reía de una manera extraña, como si se burlara de haber puesto en jaque a todas las agencias de seguridad e inteligencia del gobierno mexicano por más tiempo incluso que Joaquín El Chapo Guzmán al que detuvieron tres días antes de que se cumpliera el semestre de su espectacular fuga de Almoloya.
Esa extraña sonrisa de Duarte, que el puñado de policías de la PGR y de la Policía Nacional de Guatemala que lo detuvo en el búngalo que ocupaba hacia varios días, definen como una “actitud de cinismo y soberbia, casi de locura” y que irritó tanto a los mexicanos que dio pie a teorías y suspicacias en las redes sociales sobre una “entrega pactada”, también recordaba a la de otro peligroso criminal, Edgar Valdez “La Barbie” que sonreía y se burlaba cuando lo llevaban esposado y detenido en agosto de 2010. ¿Será que la mente criminal del corrupto gobernador priista y la de aquel temido narcotraficante funciona de la misma manera?
El caso es que en la oportuna captura del político veracruzano, en su momento apoyado, promovido y aliado del presidente Enrique Peña Nieto, no fueron finalmente las sofisticadas células de inteligencia de la Marina, que varias veces estuvieron a punto de detenerlo pero se les escapaba de último momento —producto de “filtraciones de información” según se quejó alguna vez un alto mando naval—, tampoco fue el Ejército ni la Policía Federal; fue un grupo de agentes de la AIC, comandados por el joven director Omar García Harfusch, quienes desde el jueves santo llegaron a Guatemala con un discreto operativo basado en información que ya indicaba la presencia de Javier Duarte en ese complejo turístico ubicado en las orillas del lago Atitlán, cerca de la Antigua, Guatemala. Ya ese día sabían que en ese lugar, en una cabaña rentada, dormía Duarte y su esposa Karime Macías. Para el viernes santo, la información del aterrizaje en Guatemala de un vuelo privado contratado en México por su cuñada y en el que viajaban los hijos del ex mandatario, vino a confirmar la pista que ya seguían los policías mexicanos.
Para el sábado por la mañana el equipo de la PGR se regresó para solicitar en la ciudad de Guatemala, junto con la Policía Nacional de ese país, una orden a un juez guatemalteco para poder entrar al complejo privado donde se alojaba. La orden de aprehensión tardo una hora en salir, pero el lugar seguía estrictamente vigilado. Para la tarde que comenzó el operativo para ingresar, no sabían al 100% si lo iban a encontrar aún en el lugar y al ingresar los agentes de la AIC y de Guatemala se encontraron de frente con Duarte en un pasillo de la casa y ahí fue detenido y esposado. Su esposa Karime Macías se encontraba dentro de la habitación y aunque vio llegar a los agentes de seguridad decidió ya no salir de su cuarto y no quiso despedirse de su esposo con el que había huido durante los últimos seis meses. Fue cuando él salió sonriendo, como burlándose, y abandonado por su inseparable Karime y su familia, que hasta entonces lo había protegido.
¿Sería que más que entrega pactada, la de Duarte fue una entrega de su propia familia política? Hay versiones que indican que los suegros, que durante todo su polémico gobierno y su fuga lo estuvieron apoyando, al final pudieron haber facilitado su captura por el descuido notorio que tuvo su cuñada en el vuelo privado con el que llegó a Guatemala el viernes pasado, aunque ya para entonces los agentes de la PGR estaban en territorio guatemalteco y tenían la ubicación del paradero del ex gobernador.
Como sea, la mayor parte de la inteligencia para la captura fue de la nueva Agencia de Investigación Criminal, apoyado en el operativo y las ordenes judiciales por la Policía Nacional de Guatemala. Fue tan sigiloso el operativo en PGR que solo 10 personas supieron de su existencia todas de alto mando, para evitar “fugas” de información. A nadie más se avisó ni del gabinete de seguridad ni de ninguna otra instancia. Nada tuvo que ver, por cierto, el gobierno de Miguel Angel Yunes, que ayer salió de inmediato a “celebrar y festinar” la captura como un mérito también de su gobierno que, dijo tiene varias órdenes pendientes contra Duarte. La realidad es que esa “politización “ descarada de Yunes sorprendió y molestó en el gobierno federal pues la aprehensión fue por las denuncias de la Auditoría Superior y de la Secretaría de Hacienda, pero nada que v ver con denuncias del gobierno veracruzano. “Lo que pasa es que el gobernador Yunes solo politiza y quiere capitalizar la captura de Duarte para desviar la atención del grave problema de seguridad que sigue teniendo su estado y su gobierno”, indicó una fuente federal.
Por ahora, y en espera de que Javier Duarte rinda sus primeras declaraciones —en las que podrían aflorar los nombres de sus socios, amigos y aliados, incluidos los de Los Pinos— hay muchas dudas y pocas certezas; una de las certezas es que nadie va a cobrar la recompensa de 15 millones de pesos que la PGR había ofrecido y dos grandes dudas: la primera ¿qué tanto quiere o puede revelar Duarte información que involucre supuestos financiamientos a campañas del PRI incluida la presidencial con recursos provenientes de Veracruz? y la segunda, que tal vez esté relacionada con la primera ¿de qué se ríe Javier Duarte?