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sábado, julio 27, 2024

El gusto por correr

En el gusto por correr, muchos son los llamados y pocos los elegidos. No a todo el mundo le gusta; muchos lo intentan y empiezan con todas las ganas, pero lo dejan después de una semana, un mes o un año. ¿Cómo saber si tú eres de los que pueden volverse corredores? ¿En qué momento nace ese gusto por dejar hasta el alma en una carrera? Es justo cuando la afición por correr cruza la frontera del gusto y se vuelve placer, pasión, entonces ya no hay marcha atrás. Te conviertes en corredor para siempre.

 

Cuando corremos nuestras emociones y sensaciones, las buenas y las malas, se intensifican. Aumenta el ritmo de la respiración y los latidos del corazón, gozamos mucho más de la frescura del viento y hasta de la lluvia sobre el rostro; pero también sentimos más fuerte el aire frío que entra por la nariz, nos agota más el calor y la fuerza del sol y se intensifican el cansancio y el dolor. Pero al final, entendemos que todo es parte de la plenitud de existir, muy parecida a esa mezcla de emociones de alegría y dolor que experimentamos al estar enamorados.

 

Mientras corremos somos más que cuerpos en movimiento y mentes libres. Dice la escritora y corredora Gaia de Pascale, en su libro “Correr es una filosofía” (Duomo Nefelibata, Barcelona 2015) que correr es “un arte que no necesita lienzos o una escritura que no necesita palabras”, pero eso no le resta plasticidad y belleza a un cuerpo en movimiento. “El cuerpo del hombre en movimiento consigue decir lo que tiene qué decir”, apunta la autora, un pintor necesita de un lienzo y sus pinceles para hacer una obra de arte, un escultor, del barro, el hierro o la piedra, mientras que a un corredor le bastan su cuerpo y decenas de kilómetros por recorrer y entonces su carrera se vuelve como  una hoja en blanco en la que se puede reescribir, kilómetro a kilómetro, si así lo desea, la historia de su vida.

 

En este libro tan poético y bello, Gaia nos regala historias que nos motivan y nos hacen entender, con una prosa perfecta, “que correr es como vivir y cada cuál tiene su vida: gloriosa, infeliz, larga, breve, cuesta arriba o cuesta abajo. Sólo una cosa es cierta: a través de la carrera, forzamos el límite de las propias posibilidades, profundizamos, con el conocimiento del propio cuerpo y de la propia mente”.

 

Un día mi hijo pequeño me cuestionó con esa sabiduría con la que sólo puede hablar un niño: ¿por qué corría un maratón –me dijo– si la posibilidad de ganarlo era mucho más que lejana, si no me desilusionaba que decenas de corredores me dejaran atrás o que si no temía, incluso, morir en plena carrera debido al gran esfuerzo? Yo le respondí que no pretendía ganar nunca un maratón, pero que no por eso iba dejar de correr, que mi victoria era más bien personal y privada. Sin embargo, ahora yo me pregunto, si no es por dinero, si no es por la fama, si no es por la gloria del primer lugar y si no es sólo por estar en forma ¿entonces por qué corremos?

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