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sábado, octubre 12, 2024

Ganar, morir y resucitar

Sabemos que detrás de cada meta, de cada récord o podio suele haber grandes historias de sacrificio y superación que nos inspiran y motivan, pero hay también otras historias en el mundo del deporte, tan extraordinarias, que nos dejan atónitos como la de la vida de Betty Robinson, la atleta que “regresó de la muerte” para ganar su segunda medalla de oro.

Eran los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928, oficialmente conocidos como los Juegos de la IX Olimpiada y el mundo estaba atento, pues era la primera vez que las mujeres competían en atletismo, pese a las objeciones del Barón Pierre de Coubertin, quien había sentenciado en su famoso discurso: “Para ellas la gracia, el hogar y los hijos. Reservemos para los hombres la competición deportiva”. Sin embargo, ese año la joven Elizabeth Robinson, de apenas 16 años, se colgaba la primera medalla de oro olímpica de la historia del atletismo femenino. Fue en la carrera de 100 metros, logrando además un nuevo récord del mundo y con tan solo cinco meses de entrenamiento.

Robinson, de Riverdale, Illinois, alcanzó el oro en su apenas sexta carrera competitiva. Meses antes, sus únicas carreras las realizaba para alcanzar el tren que la llevaba cada mañana al colegio. Un día, uno de sus profesores la vio correr y le propuso hacer una prueba en la pista de atletismo. Sin embargo, su victoria olímpica fue tan solo el inicio de una historia increíble. En abril de 1931, tres años después de ese triunfo, Robinson sufrió un accidente de aviación en Chicago. La avioneta pilotada por su prima cayó en picada, hundiéndose en un pantano.

La atleta fue encontrada al borde de la carretera, pero su condición era tan mala que el hombre que la sacó de los escombros pensó que estaba muerta, la colocó en la cajuela de su auto y la llevó a una morgue cercana. Robinson tenía la pierna, la cadera y un brazo rotos, además de lesiones internas. Después de varias horas de haber sido declarada muerta, el error fue descubierto y la trasladaron de inmediato a un hospital, allí permaneció inconsciente durante siete semanas, pero sus heridas eran tan graves que estuvo fuera de las pistas por tres años y medio.

A los 24 años de edad decidió intentar formar parte del equipo olímpico de relevos que viajaría a Berlín para los Juegos de 1936. El daño en la pierna era tal que ella no podía ponerse en posición de salida, pero Robinson se agachó como pudo para correr en el relevo 4×100 metros. El equipo obtuvo la presea dorada ante la presencia de Adolfo Hitler y los gobernantes nazis, los mismos frente a los cuales Jesse Owens obtuvo sus cuatro medallas de oro.

La “princesa olímpica”, la “sonrisa de América”, como se la conocía, murió de cáncer el 17 de mayo de 1999, a los 87 años de edad. Aunque su nombre e historia no es de las más conocidas, Robinson no solo fue una gran pionera en el deporte femenino, fue una campeona que luchó, se enfrentó y le ganó al reloj en la pista, a los prejuicios por el hecho de ser mujer y al destino.

POR ROSSANA AYALA

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