Si aún buscas esa razón que te motive a romper con el sedentarismo y a iniciar o retomar una rutina de ejercicio y acondicionamiento en estos tiempos complicados, además de todos los beneficios físicos, mentales y emocionales que ya conocemos, te daré un argumento más para hacer ejercicio durante esta cuarentena: hacerlo no sólo mejora nuestro sistema inmunológico, elevando las defensas del organismo, también mejora los sistemas cardiovasculares, metabólico, músculos y huesos, pero realmente lo más transformador que logra el ejercicio son los efectos positivos en nuestro cerebro.
La neurocientífica Wendy Suzuki, profesora de Psicología y Neurociencia en el Center for Neural Science, de la Universidad de Nueva York, y autora del libro: Cerebro activo, vida feliz (editorial, Paidós), explica de manera personal y biográfica cómo el ejercicio cambia la estructura y el funcionamiento de nuestro cerebro, y nos da consejos “científicamente comprobados” de cómo y por qué debemos llevar una vida activa y más saludable.
En su libro cuenta cómo hacer ejercicio la transformó; “al principio invertía todo mi tiempo y energía en el laboratorio. No tenía buenos amigos, comía fuera todas las noches, no cocinaba. No hacía ejercicio”. Sin embargo, un viaje para hacer rafting en Perú, en donde fue la más lenta y débil del grupo, la motivó a ir a un gimnasio. “No pasó de un día para el otro. Pero empecé a notar cambios”.
Suzuki cuenta que no sólo su cuerpo cambió, notó además que su concentración mejoraba conforme hacía más ejercicio. “Encontré evidencias de todas las cosas que estaba sintiendo: el ejercicio incrementa neurotransmisores que se reducen con la depresión, como la serotonina, noradrenalina o la dopamina. Uno de los efectos que más se nota cuando empiezas a practicar deporte es una mejora en la concentración, y eso se estaba reflejando en mi escritura”.
La neurocientífica decidió “incorporar el ejercicio en clase” e incluyó a su equipo de trabajo en el experimento. Al final del año los comparó con un grupo de control que no hacía ejercicio y encontró que los estudiantes activos mejoraron significativamente sus tiempos de reacción. En investigaciones posteriores, Suzuki detectó “mejorías significativas después de sólo una hora de ejercicio aeróbico, sobre todo en la función de la corteza prefrontal”.
En su investigación comprobó cómo la actividad física cambia la anatomía del cerebro, su psicología y función. “El cerebro se comporta como un músculo, que entre más se estimule con ejercicio físico, más crecen y se fortalecen la corteza frontal y el hipocampo, lo que provoca la producción de nuevas neuronas y mejora la memoria a largo plazo, la atención y la concentración”.
En el declive cognitivo normal, debido al envejecimiento, la corteza frontal y el hipocampo son las áreas más susceptibles a enfermedades neurodegenerativas. Aumentar el ejercicio en nuestras vidas no sólo previene la demencia o el Alzheimer, sino que retrasa el surgimiento de estas enfermedades. “Pueden ver al ejercicio como un seguro de retiro para el cerebro y lo mejor, que es gratis”.
¿Cuánto es lo “mínimo necesario” de actividad física que la doctora recomienda en su libro para lograr estos efectos en nuestro cerebro? La otra buena noticia es que no tienes que correr maratones, ni convertirte en triatleta. “La regla de oro”, dice la neurocientífica, “es hacer ejercicio tres o cuatro veces a las semana, rutinas de mínimo 30 minutos y agregar ejercicio aeróbico, como correr o trotar para aumentar el ritmo cardiaco. No se requiere ir al gimnasio, con que agreguen una vuelta o una cuadra extra a su caminata, es suficiente. Utilicen las escaleras”.
Incluir ejercicio en nuestras vidas no sólo nos hará ver bien, también protegerá a nuestros cerebros de enfermedades degenerativas e incurables. Definitivamente, la ciencia lo comprueba; hacer ejercicio puede cambiar el rumbo de nuestras vidas hacia una mejor y más sana existencia. ¿Necesitamos otra razón para movernos?
POR ROSSANA AYALA
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