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jueves, octubre 10, 2024

Tu propia cima

Cuando uno lee las historias de montañistas famosos, como las del atleta español Kílian Jornet o del estadounidense Scott Jurek, sus vidas distan mucho de ser una serie de eventos afortunados; por el contrario, son relatos sobre la voluntad de franquear grandes barreras, y de superar límites, propios y ajenos. Son hombres y mujeres que hablan el mismo idioma: el del trabajo constante, el sudor y la fatiga.

En su biografía, Correr o Morir, Jornet cuenta cómo, desde que era un niño, antes de salir a entrenar, leía el Manifesto del Sky Runner, que tenía pegado en la puerta de su habitación: Cuerpo ligero, piernas ligeras.

Sentir cómo la presión de tus piernas, el peso de tu cuerpo, se concentran en los metatarsos de los dedos de los pies y ejercen una presión capaz de partir rocas, destruir planetas y mover continentes.

También poetas como Walt Whitman o William Blake escribieron alguna vez que cuando los hombres y la montaña se encuentran, suceden cosas grandiosas.

Soy corredora urbana, no sé de cimas, más allá de lo que he leído de estos grandes atletas y poetas.

Sin embargo, el pasado fin de semana, tuve mi primer encuentro con la montaña, y efectivamente, mi fuerza física y mis miedos llegaron al límite, y también sucedieron cosas grandiosas.

La cita fue con el majestuoso volcán Iztaccíhuatl. El silencio, el sonido del viento, sus deslumbrantes paisajes nevados, sus cuestas rocosas y complicadas, la leyenda y su energía femenina ancestral que flota alrededor, es demasiado para los sentidos, y es que todo arriba es tan intenso, que la vida se va transformando al igual que el clima, por un momento sale el sol, luego llueve, después viene el viento, granizo y la nieve. Todo en una mañana.

Al observar a los montañistas experimentados, entre ellos a mis compañeros, tanto subir y descender, descubres que son hombres y mujeres que han aprendido a mantener el equilibrio desde su centro de gravedad, que en cada ascenso ponen a prueba los límites de talento y valor, porque saben que su vida y las de sus compañeros dependen de sus decisiones, de su fortaleza y de la confianza en sí mismos, pues equivocarse puede costar muy caro.

Sin embargo, para esta humilde aprendiz, la clave de este primer encuentro con la montaña no estuvo únicamente en los hermosos paisajes, o el descomunal esfuerzo de ascenso y descenso.

Sucedió cuando por fin llegué a casa, después de vencer el miedo y los obstáculos, después de recuperarme y sentir que llegar feliz, sana y salva a mi hogar fue mi verdadera cumbre.

Creo firmemente que antes que las rocas, el esfuerzo y el viento, la amistad es el componente esencial en las alturas. Gracias a mis compañeros, a todos por cuidarme y enseñarme lo que han aprendido en sus años de experiencia.

Gracias por no dejarme sola, por ser pacientes con esta novata, en todo momento, desde el amanecer y hasta que sol dejó de alumbrar a la hermosa mujer dormida.

POR ROSSANA AYALA

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