Nunca como ahora la afirmación de que la sucesión presidencial pasa por el Estado de México tiene sustento en la realidad. Si antes se afirmaba que el resultado electoral de esa entidad, aunque influía, no era determinante para definir la Presidencia de la República –“se puede perder el Estado y ganar la presidencia”— hoy es un hecho que la votación del electorado mexiquense será determinante para saber quién –partidos y candidatos— llega con mejores posibilidades de triunfo al 2018 y quién se puede quedar en el camino.
La incertidumbre radica en que ésta vez –como nunca en las últimas ocho décadas– la competencia por la gubernatura es tan real y cerrada como las encuestas que marcan empate a tercios entre los candidatos del PRI y de Morena, Alfredo del Mazo y Delfina Gómez, y la virtual candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, que arrancan parejos a mes y medio del inicio formal de las campañas. El otrora poderoso aparato del PRI mexiquense, aunque echará mano de todas sus artimañas, estructuras clientelares y gasto social con fines electorales, enfrenta por primera vez dos amenazas reales para su permanencia en el gobierno estatal, dos opciones también para llevar la primera alternancia política a la tierra del mítico grupo Atlacomulco.
“La pelea va a ser a cuchillazo limpio”, definió un alto dirigente del PRI mexiquense que reconoce que, entre la popularidad y conocimiento de Vázquez Mota, y la fuerza emergente de Andrés Manuel López Obrador y su Delfina, el escenario electoral para su partido es “complicado como nunca”. Aun así, la clase priista mexiquense sabe que se juega en esta elección “el futuro no sólo del partido sino del presidente” y, disciplinados como son, se dicen dispuestos a jugarse el todo por el todo para hacer ganar al candidato de Peña Nieto, que terminó siendo Alfredo del Mazo, aun cuando personajes, poderes y grupos locales y del gabinete federal, le recomendaron al presidente, hasta el último momento, no postular a su primo por los altos negativos de su nominación.
Porque el PRI se juega en el Estado de México tres cosas: su último gran bastión en la República, la posibilidad de un retiro “tranquilo” para el desgastado Enrique Peña Nieto y su grupo político después de la presidencia y, la más importante, la última posibilidad que tiene el viejo partido de obtener un respiro que le permita refutar la percepción generalizada de que está “muerto” y “desahuciado” en la sucesión presidencial del próximo año. El triunfo mexiquense sería oxígeno puro para el derrotado priismo nacional; la derrota, sería los santos oleos a cualquier aspiración de retener la presidencia.
Para el PAN también es mucho lo que está en juego en los comicios mexiquenses. La lucha intestina, enconada y frontal, que libran los panistas por el 2018 y la posibilidad de recuperar el poder presidencial, pasan por el resultado de esta elección. La apuesta de Ricardo Anaya, al haber ido personalmente a negociar la candidatura de Josefina en Los Pinos –en aquel encuentro nocturno con Peña el 20 de enero pasado– es a ganar el Estado de México. Y con ello el dirigente nacional busca un doble efecto: por un lado, posicionar al panismo en la ruta de triunfo rumbo a la Presidencia, y por el otro, fortalecer su liderazgo nacional, desplazar a la aventajada Margarita Zavala, y que Acción Nacional termine aceptándolo como su candidato “natural” para el anhelado regreso a Los Pinos.
Y la apuesta del tercer gran jugador en esta elección estatal no es menor a la de sus contrincantes. La consigna de Andrés Manuel López Obrador, de que “la tercera es la vencida”, podría hacerse realidad o fracasar en el Estado de México. El tabasqueño ya logró poner en jaque a la poderosa estructura priista, antes de iniciar las campañas, con el impresionante crecimiento de Morena y su abanderada Delfina Gómez, una sencilla maestra, ex dirigente de la sección 36 del SNTE en el estado y ex alcaldesa de Texcoco, que brincó de la diputación federal para volverse –siempre de la mano de López Obrador y capitalizando todo el descontento popular y la irritación contra Peña en su estado por los gasolinazos y la inseguridad— en el actual fenómeno político mexiquense.
Podría decirse que el último sueño presidencial de Andrés Manuel se cumple o se tropieza en el Estado de México. Si la candidata de Morena llegara a ganar la gubernatura, no habrá poder humano, menos político, que pueda detener a López Obrador en el 2018; si la maquinaria priista logra imponerse, con sus satélites de Nueva Alianza, el PES y el Verde, o la maquinaria blanquiazul, con sus 9 gobernadores incluidos hacen ganar a la candidata del PAN, la moneda seguirá en el aire para el tabasqueño, ya sea ante el respiro del PRI o el despegue panista. Todo eso hace de la elección mexiquense un auténtico criptex que, al estilo Da Vinci, contiene todas las claves que pueden descifrar y definir la sucesión presidencial.