Seguro que a todos los que corren les ha pasado. Ya sea en la caminadora, cuando llevas más de media hora, en el parque –al momento que vas por su quinta vuelta–, o hasta en un maratón por ahí del kilómetro 28 al 30, el cansancio empieza hacer mella en el cuerpo y el espíritu, y hay un punto en que nos dan unas ganas irracionales e incomprensibles de parar. ¿Qué diablos hago aquí? ¿Quién me manda? Te preguntas, pero aún en ese momento de crisis decides seguir corriendo.
Porque quien corre, sabe que no es fácil enfrentarse a la falta de empatía que genera este gusto en quienes te rodean. “¿Quién te manda correr?”, Te preguntan cuando te quejas porque andas todo adolorido, cansado o lesionado. Y, sin embargo, no nos importa lo que piensen los demás, y al día siguiente nos paramos y salimos nuevamente a correr.
Porque nadie nos manda correr, pero tampoco nadie puede prohibirnos que lo hagamos. Ni le vamos a disputar el récord a Eliud Kipchoge, ni nos van a subir el sueldo por correr un maratón, ni nos van a reconocer nuestro esfuerzo entre los 40 mil corredores de un maratón, pero gracias a esa capacidad de sufrir –de aprender a sentirte cómodo en la incomodidad–, seguimos adelante, aunque creamos que no podemos y los demás piensen que estamos locos; cruzamos la meta, pensando casi siempre en un siguiente reto. El año pasado tuve la enorme fortuna de correr el Maratón de Nueva York, y apenas estaba cruzando la meta en Central Park, cansada, agotada, y en el último aliento, y ya estaba pensando en Berlín para este 2019. Entre un reto y otro, no sólo hay nueve meses y otros 42 kilómetros, hay trabajo, un enorme esfuerzo y muchos momentos en los que nuevamente me pregunto ¿quién me manda? Y el hecho de no tener una respuesta para esta pregunta me da la tranquilidad de no tener que justificar ante nadie algo que sí me causa dolor, que me implica sacrificios y un gran esfuerzo económico, físico y mental, pero que al mismo tiempo me provoca felicidad y me hace sentir tan bien que vale la pena el intentarlo.
Entonces, les pregunto a ustedes ¿quién les manda a correr? Tal vez la mayoría me diga que nadie, que no lo hacen ni por obligación ni por compromiso con nadie, más que consigo mismos o tal vez algunos no tengan una respuesta concreta, pero lo cierto es que a la mayoría de los corredores nos impulsa que encontramos muchas semejanzas entre la carrera y la vida.
Porque ambas, carrera y vida, tienen un principio y un fin, y no siempre es fácil soportar y vencer el dolor, pero el esfuerzo y la constancia en las dos siempre traerá su aprendizaje y su recompensa. Y lo mismo en tu vida que cuando empiezas una carrera, sabes cuando inicia y que tiene un final, pero mientras llegues a tu meta, aleja los pensamientos negativos, agradece la fortuna de estar vivo y disfruta el recorrido.