Las increíbles imágenes que ayer presenciamos en el edificio del Capitolio de la ciudad de Washigton DC, con la toma violenta de seguidores de Donald Trump que, azuzados por su líder, desconocieron el resultado de la elección presidencial y se apoderaban por la fuerza del Congreso de los Estados Unidos, representan la confirmación de que la ola de populismo demagógico que recorre el mundo, sí representa una amenaza real para la democracia y la convivencia civilizada y que, a través del autoritarismo más violento, es capaz de poner en jaque incluso al sistema político y democrático considerado el más estable del mundo.
Porque nadie puede llamarse a sorprendido con la violencia política que ayer estalló en la capital estadunidense, que por más inédita en la historia reciente de la superpotencia, estaba más que cantada y latente, al haber sido desde un principio la estrategia política del mismísimo presidente de los Estados Unidos, quien desde su fallida campaña reeleccionista había descalificado anticipadamente los resultados electorales y había anticipado las denuncias de un “fraude” con el que, decía, intentarían arrebatarle el poder. Cuando ese discurso se materializó en una negativa obstinada a reconocer la derrota y a no conceder la elección del nuevo presidente demócrata, Joe Biden, lo único que faltaba era el llamado de Trump que le diera luz verde a sus enardecidos y fanáticos seguidores –los “patriotas” como los llamó su hija Ivanka— para que salieran disparados a incendiar el seco pastizal de una sociedad hondamente dividida y polarizada.
Y ese llamado llegó ayer cuando el demagogo líder cuestionó por enésima vez el resultado que le dio el triunfo a Biden y acusó a su propio vicepresidente, con un comentario en Twitter que pareció el mensaje en clave para desatar la furia contenida de las hordas trumpistas: “Mike Pence no tuvo el valor de hacer lo que debería haberse hecho para proteger nuestro país y nuestra Constitución”, dijo Trump y apenas terminaba de twittear cuando el caos se apoderó del Capitolio con miles de hombres y mujeres que, vestidos de negro y portando incluso banderas sureñas de la Guerra Civil, tomaron por asalto los recintos y oficinas del Senado y la Cámara de Representantes, obligando a suspender la sesión donde se certificaría al nuevo presidente y llevando la violencia autoritaria al corazón de la democracia estadunidense.
Escenas como las que ayer se vivieron en Washington sólo tienen parangón con la histórica quema de la capital de la entonces naciente Unión Americana, ocurrida el 24 de agosto de 1814, cuando el ejército británico, tratando de dar una lección al país que casi años antes se había independizado de la corona inglesa, incendió a la capital de las 13 colonias dejando en llamas a la Casa Blanca, al Capitolio y a la ciudad entera desolada, mientras el presidente estadunidense y su esposa huían despavoridos de la capital.
La paradoja es que ayer no tuvo que ser un ejército ni un líder extranjero el que ordenara desatar el caos que obligó a mandar a la Guardia Nacional a tratar de controlar la situación y recuperar el recinto legislativo y que unas horas más tarde llevó a la alcaldesa de Washington a declarar un “toque de queda” en la ciudad. Esta vez el intento de desestabilización, la interrupción del proceso de constitucionalidad y la violencia surgieron desde adentro, desde la misma oficina oval y de su propio presidente que se confirmó como la mayor amenaza que haya enfrentado en más de dos siglos la democracia estadunidense. Donald Trump le dio ayer al mundo y a sus paisanos una clara lección: llevar al poder a líderes demagógicos, delirantes y autoritarios va más allá de lo anecdótico o del consabido derecho del pueblo a equivocarse y constituye un peligro real para la estabilidad y la democracia de un país, así sea la superpotencia, cuando ese autoritarismo se desborda y se niega a abandonar el poder.
Lo más preocupante de lo que ocurrió ayer en los Estados Unidos, visto desde la óptica de este lado del Río Bravo, es que haya sido justamente a ese líder autoritario y demagógico al que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya decidido respaldar y apoyar abiertamente, primero en su campaña con aquella elogiosa visita a la Casa Blanca, y luego en medio de su ya clara derrota, cuando el mandatario mexicano decidio de motu proprio, desoyendo incluso a su cuerpo diplomático, dar válidez a las denuncias de fraude enarboladas por Trump y que nunca pudieron ser probadas, posponiendo por más de dos meses el reconocimiento a la nueva presidencia que encabezará Joe Biden. Ojalá todo eso no sea premonitorio para los mexicanos y que lo ocurrido en Washington en los albores de este 2021 no se repita en el México del 2024.
NOTAS INDISCRETAS…La salida de Esteban Moctezua de la SEP y su arribo a la Embajada de México en Washington puede retrasarse y complicarse por dos razones, una doméstica y la otra externa. La de casa tiene que ver con que el programa para el regreso a clases presenciales en las escuelas públicas aún se ve bastante verde en los dos estados que, por estar en semáforo verde, podrían volver al modelo presencial: Campeche y Chiapas. Los gobernadores y autoridades educativas de las dos entidades han decidido, a pesar del llamado presidencial y del apremio con el que López Obrador les pidió que “ya vuelvan a las escuelas”, que aun les falta tiempo, consultas y garantías de seguridad para poder tomar una decisión que no solo impactaria a los niños, a los maestros y a los padres de familia, sino que podría incluso significar un riesgo de que aumenten los contagios por Covid que en los dos estados han logrado contenerse en los últimos meses. Tanto Campeche como Chiapas pidieron “el menos 15 días más” para decidir si regresan o no a las aulas, siempre y cuando tengan “las condiciones de seguridad necesarias”. Y esas condiciones pasan por el magisterio que, aunque el presidente les pide que ya vuelvan a dar clases presenciales, no cuentan ni con los apoyos ni con la protección necesaria para realizar esa labor y ni siquiere les han garantizado que les vayan a mandar vacunas para, al menos regresar protegidos, sobre todo para los maestros que tienen condiciones de enfermedades preexistenes o de edad más avanzada. Paradojicamente en Chiapas es donde está el mayor problema para que se cumpla la petición presidencial pues es justamente la CNTE, aliada de López Obrador, la que se opone a un regreso a clases presenciales. Además de Campeche y Chiapas, el otro estado en donde se ha planteado un posible regreso presencial en las escuelas es en Jalisco, pero ahí por iniciativa del gobernador emecista, Enrique Alfaro, quien planteó que el 25 de enero, las autoridades sanitarias y los asesores científicos de la Universidad de Guadalajara, determinarán si hay o no las condicones para poner en marcha un plan piloto para un regreso paulatino a las escuelas, algo que por cierto, ayer pidieron los empresarios jaliscienses. Y la otra causa que pude retrasar la partida de Moctezuma a Washingon es externa y depende de que tome posesión el presidente Joe Biden y de qué tanta prioridad o no le de la nueva administración al otorgamiento el beneplácito para que México mande al nuevo embajador. Y todo apunta a que en la nueva Casa Blanca no tendrán de inicio, mucho interés en los temas de México y menos con las actitudes que ha tenido hacia ellos el presidente mexicano…Los dados regresan más fuertes, optimistas y recargados. Y les desean a todos los amables lectores, incluídos los críticos, que en este 2021 logren preservar lo más preciado y necesario en estos tiempos aciagos: la salud, la paz, el trabajo y la armonía. Escalera doble para empezar el año.