La soledad del último año se le adelantó a Enrique Peña Nieto. Prácticamente desde el primer minuto del penúltimo año de su sexenio, el presidente de México se ha quedado solo y no hay un solo sector, ni una voz importante de la sociedad –a excepción de su gabinete de tecnócratas y desdibujados dirigentes de su partido– que respalden su controvertida decisión de aumentar los precios de los combustibles que ha desatado una rebelión con protestas civiles en su mayoría pacíficas, en las que se ha inoculado una ola de saqueos y disturbios inducidos. Hoy la baja aprobación que ya arrastraba Peña se convierte en asilamiento y rechazo popular que se expresa a gritos lo mismo en las calles, que en carreteras, puentes o casetas tomadas: ¡Fuera Peña!
Lo que según Los Pinos es una “conspiración de los partidos” que aprovechan el tema de las gasolinas para denostar al presidente y a su gobierno, toma ya tintes de una movilización social histórica que, aún si fue en sus inicios inducida por algún partido –sus detractores apuntan a Morena y a Andrés Manuel López Obrador— es claro que, por las dimensiones que ha tomado, al cubrir prácticamente todo el territorio nacional y por la intensidad y el tono airado de las protestas, ya rebasó cualquier liderazgo partidista y en varias regiones del país está creciendo como un movimiento real de descontento contra el gobierno peñista, ya no sólo por el tema de las gasolinas, sino por el rechazo y hartazgo contra la corrupción, la impunidad y los privilegios de la clase gobernante que han caracterizado a este gobierno.
Los argumentos repetidos del presidente y de su secretario de Hacienda, que insisten en la “responsabilidad” y en los gastados “factores externos” como la justificación para su decisión que golpeó la economía de todos los mexicanos no son atendidos por una sociedad enardecida en parte porque perdió la confianza en su gobierno y en parte también por una muy mala estrategia de comunicación que primero mostró a un Peña Nieto sonriente y contento, halando con improvisación e ignorancia del tema, y un día después, ante el recrudecimiento de las protestas y la violencia, mostró a otro Peña Nieto demasiado serio, casi enojado, regañando a los mexicanos y dando una serie de cifras y razonamientos economicistas y tecnocráticos que poco le dicen a una sociedad desesperada y que para colmo remató con una desafortunada pregunta: “¿Y ustedes que hubieran hecho?”. La cantidad de respuestas y propuestas distintas que le llovieron en las redes sociales confirmaron la nula efectividad de ese mensaje presidencial.
Y mientras esa sensación de ingobernabilidad e inestabilidad se extiende por todo el país, la lectura que de la situación hacen en el grupo gobernante parece no sólo limitada sino equivocada. En su aislamiento y encerrado en su burbuja de tecnócratas, el presidente no dimensiona que lo que despertó va más allá de un interés de sus opositores por atacar a su gobierno, opositores que por lo demás lo acompañaron y aplaudieron en la aprobación de sus reformas hoy repudiadas en las calles. Peña no entiende o no quiere entender que, al rechazo popular, se han sumado voces de sectores y grupos de poder como los empresarios, la iglesia, congresistas, gobernadores, académicos y buena parte de la opinión pública que piden una revisión de la medida y cuestionan la falta de acciones del gobierno para reducir su gasto y privilegios, además de la carga impositiva que aplica a los combustibles.
Hoy el presidente volverá a referirse al tema, por tercera ocasión, para presentar un “acuerdo para el fortalecimiento económico y la protección de la economía familiar”, algo que le han reclamado varios sectores y que hoy propone más por la presión social y política que por una sensibilidad que, más allá de las palabras, no mostró en sus dos anteriores mensajes. Veremos qué es lo que propone hoy Peña Nieto y si se acerca, aunque sea en una mínima parte, a lo que en las calles y las plazas está gritando la sociedad. Si no hay una propuesta realista y sensible, que atenúe el malestar y el rechazo creciente, sería tal vez la última oportunidad del presidente para no terminar de ahogarse en la soledad en que se encuentra en su quinto año.
NOTAS INDISCRETAS…Nada tersa se espera la reunión de hoy entre gobernadores de la Conago y el secretario de Hacienda José Antonio Meade. Aunque el programa solo contempla la repetición de notas y argumentos federales, hay varios gobernadores que llegan molestos por la situación de inestabilidad que el gasolinazo ha traído a sus estados. Hasta ahora la única valiente que hizo público su desacuerdo fue la sonorense Claudia Pavlovich, pero se sabe que varios mandatarios más no están muy conformes con la situación. ¿Tendrán el valor o los calmará Meade con amenazas de recortes?..Los dados repiten Serpiente. Mala racha.