Las páginas más célebres en la historia del maratón se han escrito desde hace más de 100 años. Los pioneros que corrieron los más de 40 kilómetros, en los primeros Juegos Olímpicos modernos, no tenían referencias, no sabían a qué ritmo correr ni cómo reaccionaría su cuerpo en una distancia que requería un esfuerzo monumental. Muchos se desplomaban a mitad de la carrera, otros la dejaban y algunos hasta murieron en el intento.
Nombres como Spiridon Louis, el griego ganador en la primera maratón de Atenas 1896, o Dorando Pietri, el primer gran perdedor en Londres 1908; Abebe Bikila, que ganó descalzo en Roma 1960 o Kathrine Switzer, la primera mujer en correr oficialmente el maratón de Boston en 1967, cuando las mujeres tenían prohibida esa carrera, son algunos de los grandes que evolucionaron el maratón.
Pero de todas las historias de aquellos años, la del italiano Pietri, en Londres 1908, es el ejemplo de que no siempre los ganadores escriben las páginas gloriosas.
Pietri era gran corredor y favorito en la justa londinense. La inexperiencia de los corredores entonces hacía que la mayoría comenzara a gran velocidad y que muchos cayeran en el camino. Menos de la mitad llegaban a la meta.
En el kilómetro 30, Dorando dejó atrás a los pocos sobrevivientes a esa distancia, pero en el 41, enfilándose a la meta, el italiano mostró signos de agotamiento. Su más cercano perseguidor, el estadounidense John Hayes, iba más de 10 minutos atrás. Era imposible que alguien le quitara a Pietri el oro a un kilómetro de la meta. Pero en los últimos 500 metros, el estadio de Londres presen- ció una de las escenas más dramáticas de la historia olímplica: el italiano se desvío de la pista y los jueces tuvieron que corregirle; segundos después, errático, el corredor se desplomó y varias personas le ayudaron a levantarse. El público exclamaba en las gradas, el final era angustiante: Pietri se cayó cuatro veces al suelo y cada vez se levantó con más corazón que fuerza en las piernas. Finalmente, casi a tumbos, cruzó lentamente la meta con apenas 32 segundos de ventaja sobre Hayes.
La multitud rompía en gritos por el emotivo final, pero los jueces detuvieron la celebración para un anuncio: Pietri estaba descalificado; había recibido ayuda indebida en los últimos metros. Le quitaron el triunfo y el ganador oficial fue Hayes. Tanto impactó la hazaña del italiano que al día siguiente, la reina Alexandra de Inglaterra hizo subir a Dorando a la tribuna del estadio y le entregó una réplica de la copa que le quitaron los jueces.
Hoy Dorando Pietri es leyenda: se han escrito canciones y libros sobre él, su historia está en el cine y hasta tiene monumentos en Italia, aun cuando no ganó una medalla olímpica; tal vez de haberla obtenido, no habría entrado en la historia del maratón de la manera tan espectacular como lo hizo.