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lunes, febrero 17, 2025

No hay vallas que nos detengan

Si algo hemos aprendido desde niñas, las que nacemos mujeres, es que no hay nada que nos detenga al proponernos a lograr algo. Ni un muro improvisado, ni mil vallas que se coloquen para proteger a las piedras y los edificios, podrán detener el clamor de millones de voces femeninas que no sólo quieren, necesitan expresarse y, sobre todo, necesitan ser escuchadas en sus reclamos más primitivos y desesperados: seguridad, justicia, igualdad; algo a lo que, a pesar de tener derecho por el simple hecho de ser seres humanos y ciudadanas, aún está tan ausente e inexistente para nosotras, que tenemos que salir a las calles para reclamar.

A ninguna mujer que haya nacido en un país como éste le son ajenas la rabia y la ira que ayer se expresaron en las calles. Todas hemos vivido en carne propia algún tipo de abuso o de violencia, alguna forma de maltrato o discriminación.

Y cuando se vive así, con miedo de salir a la calle, de ser agredida, de volverse parte de una estadística como la de las 11 mujeres que son asesinadas diariamente, o ser una de las que cada cuatro minutos es violada, o ser la madre o la hermana de una víctima de feminicidio, se entiende por qué da tanta rabia e impotencia que se critique o se cuestionen las razones de las mujeres para protestar, para inconformarse, para expresar su coraje y desesperación de una forma quizás inapropiada para muchos, pero necesaria para las  que vivimos y convivimos a diario con el miedo y el dolor.

Saber que 97% de los feminicidios que se cometen en México quedan impunes, que 99% de las casi seis millones de mujeres que sufrieron violación o abuso, tan sólo en el año 2019, no quisieron denunciar el delito por la falta de confianza en el sistema de justicia, y que del 1% que sí denuncio, 99% nunca recibió justicia, puede ayudar a entender a aquellos que no comprenden por qué las mujeres marchan, gritan y destruyen.

En una ocasión, cuando llegué a cuestionar que no me gustaba la violencia de algunas mujeres que rompen y destruyen en las marchas, mi hija Camila me hizo esta pregunta: “Mamá, si yo hubiera sido asesinada y violada y no tuviera justicia ¿tú no harías lo mismo que esas mujeres en las calles?”. Mi respuesta fue automática e instintiva: “Sí, lo destruiría todo”, le dije con un golpe de rabia en el estómago.

Desde ese momento lo entendí: gritar, romper, destrozar puede parecer algo violento y choca con la idea de una manifestación pacífica, pero cuando se ve desde la otra perspectiva, la de las víctimas, la de sus madres dolidas e impotentes porque nunca capturaron al asesino de sus hijas, o porque su violador sigue libre e impune, abusando de otras niñas, entonces es muy fácil entender y ver ese acto de rebeldía o subversión como una consecuencia y no como una causa.

Y aún si se le quiere interpretar como otra forma de violencia o enfocar por los costos y daños que genera al mobiliario público, la pregunta necesaria es: ¿qué vale más, la vida de una niña o una mujer o el brillo de un monumento? ¿O qué es más violento: una mujer asesinada a golpes, violada, desollada, o unas pintas en un viejo Palacio?

Yo vengo de una ciudad y una sociedad machista y misógina de los años 70 en la que, desde niña, escuchaba a los hombres decir que no tenía caso invertir en la educación de las hijas, si de todas maneras se iban a casar; afortunadamente mi padre pensaba distinto, él se esmeró y se esforzó porque sus hijas salieran, estudiaran y se forjaran un futuro basado en la superación, el trabajo, el valor, y el amor a sí mismas.

Esto me hace reconocer que la lucha no es en contra de los hombres, sino de un sistema que ya tiene que cambiar, y que al igual que mi padre y mi esposo, hay muchos hombres que están de nuestro lado y nos apoyan en esta batalla.

Pienso en mi hija y en lo que quiero para ella, y al mismo tiempo es lo que queremos para todas las mujeres: Alto a la violencia, a la desigualdad, a la descalificación, sólo por el hecho de ser mujeres, y verdadera justicia para aquellas que han sido violentadas y asesinadas.

POR ROSSANA AYALA
AYALA.ROSS@GMAIL.COM
@AYALAROSS1

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