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viernes, octubre 11, 2024

Nosotros los raros

“Siempre he sabido que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza”, con esta línea, que atrapa a cualquiera, inicia el magnífico libro El peligro de estar cuerda, de la escritora y periodista española, Rosa Montero, en cuyas páginas nos comparte vivencias propias y ajenas, de mentes creativas y raras que sobrevivieron y se salvaron de sus locuras aferrándose a las palabras de dos maneras: escribiendo y leyendo.

Se trata de un libro, dice la autora, que nos autoriza a no ser cuerdos y menciona, entre otros, un estudio de la Universidad de Yale que prueba que la normalidad no existe, “porque el concepto de lo normal es una construcción estadística que se deriva de lo más frecuente”. Entonces, lo que existe somos los raros, un amplio abanico de raros que habitan el planeta y que buscan encontrar a su manada para estar acompañados y sobrevivir a la realidad. Todos somos raros, aunque, eso sí, algunos más que otros”, explica.

Después de leer El peligro de estar cuerda y de atreverme trasladar sus apuntes e ideas sobre la locura y la creatividad a esto de correr, siento un poco de alivio al descubrir que aún cuando se diga que muchos o casi todos los corredores sean raros, no es nada raro, y por muy raras que sean sus rarezas hay otras 50 mil iguales.

Esta idea resulta liberadora, porque nos hace comprender que al igual que el novelista que escribe para “escapar de la propia oscuridad”, dice Montero, el corredor busca en su camino un pequeño remanso de soledad, en donde el mundo duela un poco menos y no le agobie tanto.

Y hablando de escritores, el ensayista y corredor uruguayo, Marciano Durán describe perfectamente en su inspirador poema “Esos Locos que Corren”, la filosofía del corredor: “Yo los conozco. Los he visto muchas veces. Son raros…Se inscriben en todas las carreras, pero no ganan ninguna. Empiezan a correrla en la noche anterior, sueñan que trotan y a la mañana se levantan como niños en Día de Reyes. Han preparado la ropa que descansa sobre una silla, como lo hacían en su infancia en víspera de vacaciones…Nunca pude calcularles la edad, pero seguramente tienen entre 15 y 85 años”, dice el poema de Durán.

Bueno, basta con visitar las redes sociales que están plagadas de historias de corredores de todo tipo, desde amateurs, profesionales, velocistas y maratonistas, que intercambian noticias, datos y consejos diversos, y en donde sus andanzas se parecen a las nuestras, como una tribu o casi una secta de locos que hablan de dolencias, de lesiones, de marcas, de nutrición, de aplicaciones para el teléfono y de vestimenta. También hay foros para encontrar compañero o compañera de carrera, o para intercambiar palabras de aliento.

Pero también para otros, cada carrera emerge como un escudo contra los fantasmas de la depresión, del abandono, de la soledad, o como un arma para enfrentar una adicción, un cáncer, o una pérdida. Y es que con cada zancada, avanzan y buscan dejar atrás, a la distancia, los miedos y dolores, para ser tan libres como se puede ser al correr.

Confieso que hay algo de locura en la cabecita de cada corredor, por lo menos en la mía sí, y respeto a quien diga lo contrario, pero también quizás detrás de esa locura que busca un lugar seguro en donde expresarse, hay mentes idealistas que queremos creer –y nos convencemos cada día mientras corremos– que si se quiere, se puede estar mejor en este mundo de gente rara.

POR ROSSANA AYALA
AYALA.ROSS@GMAIL.COM
@AYALAROSS1

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