Hablar de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, en pleno apogeo de la Alemania Nazi y con el supremacista Adolf Hitler en el poder, las anécdotas se concentran en recordar una escena que rompió el sueño hitleriano y del nazismo para mostrar la superioridad de la raza aria. El afroamericano Jesse Owens, quien fue la estrella con sus cuatro medallas de oro, sufrió el desaire de Hitler, quien, enojado, le negó el saludo al campeón olímpico estadounidense. Fue la humillación grabada ante las cámaras del hombre que despreciaba y consideraba inferiores a otras razas que no fueran la suya.
Pero, además de esa historia, hubo muchas otras de atletas que, desafiando a la política y a los nacionalismos, escribieron momentos de gloria; primero para ellos, y luego para sus naciones. Es el caso del corredor coreano Sohn Kee-chung, quien ganó el maratón de esos Juegos Olímpicos, pero tuvo que subir al pódium con un hombre japonés, y en vez de ver ondear la bandera de su natal Corea, tuvo que soportar el ver alzarse la bandera de Japón. En ese momento, Corea estaba invadido por el país nipón, que lo había convertido en un protectorado, y los atletas coreanos fueron obligados a participar en Berlín como parte de la delegación japonesa, y con nombres y uniformes de la nación del Sol Naciente.
Después de haber ganado los 42.195 kilómetros, Sohn Kee-chung, que corrió la carrera con el nombre japonés de Son Kitei, subió al podio de los ganadores junto con su compañero Nam Sung-yong, ganador del tercer lugar, también coreano, y bautizado como Nan Shoryu por los japoneses. En el momento en el que sonaron los himnos y se izaron las banderas, ninguno de los dos coreanos pudo ver la imagen de su bandera, y para no soportar la humillación de ver en su lugar la de Japón, ambos agacharon la cabeza en señal de protesta.
La actitud de los dos coreanos desató las tensiones políticas entre Tokio y Seúl. Un periódico coreano se sumó a la protesta contra el gobierno invasor y editó la foto de su portada haciendo un fotomontaje con la bandera de Corea, tapando a la de Japón, en lo que pudo haber sido un primer caso de photoshop, lo que provocó el enojo del gobierno japonés, que castigó al periódico cerrándolo durante meses.
Las cosas no quedaron ahí. El gobierno alemán había decidido que el premio para el ganador sería entregado en un casco griego auténtico, hallado en Olimpia por un arqueólogo alemán. Este premio fue rechazado por el entrenador del equipo japonés y se quedó en el Museo de Berlín durante 50 años, hasta que finalmente fue entregado a Sohn Kee-chung. Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Corea.
Y tuvieron que pasar 52 para que Sohn Kee-chung pudiera reivindicar ante el mundo su nombre y su nacionalidad. Fue en la ceremonia inaugural de los Juegos de 1988, cuando entró en el Estadio Olímpico de Seúl llevando la antorcha, ante el entusiasmo de los espectadores.
Sohn Kee-chung ganó la maratón olímpica de Berlín, con récord olímpico incluido, después de dejar atrás al británico Ernest Harper, quien era el favorito junto con el argentino Juan Carlos Zabala, que aspiraba a ser el primer atleta de la historia en buscar un segundo título de campeón olímpico en maratón.
Tres años después de los Juegos de Berlín, estalló la Segunda Guerra Mundial. El COI no pudo organizar los juegos ni en 1940 ni en 1944, y la siguiente cita olímpica no llegó hasta 1948, en Londres.
Así como ésta, hay muchas historias de grandes atletas que escribieron verdaderos momentos de gloria, por lo que siempre es bueno recordarlas.
POR ROSSANA AYALA
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