La máxima de que en política todos los vacíos se llenan la representan muy bien el presidente López Obrador y su secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubon. Mientras el mandatario nacional reniega de viajar al extranjero y se desentiende de sus funciones como representante del Estado mexicano ante el mundo, el canciller aprovecha muy bien cada espacio y evento internacional, al que acude con la representación presidencial, para ganar terreno en el trabajo diplomático, pero también en sus aspiraciones políticas que encuentran un escaparate inmejorable en foros, reuniones y asambleas en las que Ebrard se convierte en la cara de México.
Un solo viaje al extranjero en tres años de gobierno da cuenta de la abulia y apatía que le generan a López Obrador los asuntos de la política internacional. A diferencia de la política interna, en donde es jefe máximo y decide hasta el más mínimo detalle y movimiento de su gobierno y su partido, en los temas de la política exterior el presidente prefiere delegarlo todo y solo se limita a aparecer como anfitrión de algunos personajes, mandatarios o secretarios de Estado, según el interés que el país de origen le genere o según se lo pidan sus asesores.
Su frase en su discurso de arranque de gobierno en 2018, donde definió que “la mejor política exterior es la política interior”, delineo con tota claridad lo que sería el estilo y prioridades de su presidencia: mucha presencia interna, con exposiciones mediáticas diarias en las conferencias mañaneras y giras de fin de semana por toda la República con videos y mensajes en sus redes sociales, mientras hacia el extranjero muy pocas y contadas visitas, viajes y asistencia del presidente a foros, invitaciones y reuniones de carácter internacional. “No me gusta viajar al extranjero, no lo necesito, yo soy feliz aquí en mi país donde la gente me necesita”, declaró desde sus inicios el chovinista presidente.
Así, la relación estratégica con los Estados Unidos, quedo toda en manos del canciller Marcelo Ebrard, lo mismo que la presencia de México en Latinoamérica, con todo y los intentos por reposicionar a nuestro país en el liderazgo regional que hace tiempo perdió y dar vida a una nueva alianza de gobiernos de izquierda que confronte y equilibre el poder y dominio de Estados Unidos en la región, con el impulso hasta ahora fallido a la CELAC para tratar de debilitar y desarticular a la OEA controlada por Washington.
Y aunque en el discurso siempre se diga que “todas las decisiones de política exterior las toma el presidente y él es el único que determina las acciones a seguir”, en la realidad es el canciller Ebrard el que aparece como protagonista, lo mismo en reuniones internacionales que en las negociaciones importantes con Washington o en la reciente reunión de la CELAC, mientras el presidente López Obrador apenas si aparece con cara de aburrido en el encuentro latinoamericano, dando aburridas pláticas de historia o explicándole los murales, cual guía de turistas, el secretario de Estado, Antonhy Blinken, en Palacio Nacional.
Un buen ejemplo de la ausencia del presidente en los temas internacionales, ocurrió el viernes. Mientras el presidente mexicano llegaba a Campeche y con guayabera tropical se dedicaba a escuchar elogios desmedidos de la gobernador de su partido Layda Sansores, que lo llamaba “guía, tutor, poema”, los presidentes de Estados Unidos, Joe Biden, y de las 20 economías más grandes y emergentes del mundo, arribaban a Roma para discutir asuntos relacionados con el cambio climático, la economía, la pandemia y las vacunas contra el Covid19. López Obrador era uno de los invitados a la reunión G20, el foro que reúne a los jefes de Estado cuyos países concentran el 90% del PIB mundial y el 85% del 90% del comercio internacional; pero en lugar de eso prefirió irse a dar discursos en Campeche y en su representación mandó al canciller mexicano.
Y, como dice el refrán “a quien le dan pan que llore”, Marcelo Ebrard que si bien no era el único canciller en la reunión (también acudieron los de China, Rusia y Japón representando a sus presidentes), el mexicano era el más movido y el que más buscaba dejarse ver en el evento de los mandatarios. Se tomó fotos con Joe Biden, con Angela Merkel, con Justin Trudeau, con Emanuel Macron, con Pedro Sánchez y con el anfitrión el primer ministro Mario Draghi. En su participación a nombre de México, el canciller empujó el reconocimiento universal de vacunas y cerfificados de vacunación y logró que en la declaración final se incluyera un párrafo en ese sentido. Luego, en la mesa del cambio climático, propuso que los países ricos aporten 100 mmdd para que los países pobres hagan frente al problema y con el director de la OMS, Tedros Adhanom, el secretario mexicano acordó trabajar en la aprobación de vacunas pendientes.
Las reacciones al activismo de Marcelo en el G20 no se hicieron esperar y en redes sociales se publicaban fotos y críticas al funcionario mexicano por andar buscando toarse la foto con los líderes globales. “Da pena ver a un secretario de Relaciones Exteriores de México correteando a jefes de Gobierno en los recesos del G20 para tomarse una fotografía y exhibirla como si fueran reuniones de trabajo. Patética simulación mediática de Marcelo Ebrard”, publicó en su cuenta de twitter el embajador jubilado, Agustín Gutiérrez Canet, tío de la esposa del presidente Beatriz Gutiérrez Müeller.
Incluso el ex canciller, Jorge Castañeda, en una entrevista que concedió a SDP Noticias, cuestionó que Ebrard utilice su cargo para promover su imagen de presidenciable. “Es poco ético usar la cartera de Relaciones Exteriores para jugar en la sucesión. Es de mal gusto tomarse selfies con jefes de gobierno y tuitearlas para tu campaña Marcelo Ebrard”, decía Castañeda en la entrevista, mientras que la embajadora Martha Bárcena, de manera más elegante, cuestionaba al presidente por su inexplicada ausencia en la cumbre de las principales economías del mundo: “Hoy se lleva a cabo en Roma el G20 Me gustado que participara nuestro presidente López Obrador porque de la interacción con colegas Jefes de Estado y Gobierno se aprende y enseña, se establece confianza que beneficia a México. Se ejerce una responsabilidad”, dijo el ex embajadora de México en Estados Unidos.
Así que hay dos cosas que ya no pasan desapercibidas a la mitad del gobierno de López Obrador: la primera que tenemos a un presidente aldeano y chovinista que, por no querer o no poder, no entiende ni dimensiona los asuntos internacionales y se ausenta de su responsabilidad de representar al país en temas tan apremiantes como el cambio climático y otros; y la segunda, que ese vacío que deja el Jefe del Estado está siendo muy bien aprovechado, con la justificación de que actúa siempre por encargo y delegación del presidente, por el titular de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, que de paso cultiva y fomenta su imagen política ante el mundo y abona a su proyecto presidencial.
Y aunque sus críticos le reprochen duramente al canciller que busque el lucimiento en sus encargos, quizás el principal reclamo debiera ser al presidente que, por un lado reniega de su responsabilidad constitucional como jefe de la política exterior y representante ante el mundo del Estado mexicano, y por el otro fue él mismo quien abrió la sucesión anticipada en la que no sólo Ebrard, sino su púpila Claudia Sheinbaum, aprovechan cada resquicio de su actividad pública para promover su imagen utilizando los recursos que les da su cargo.